Parte 1 de 5 – Julia se fue.

-Julia llego para irse, o yo llegue y los dos nos fuimos, ya no sé. Ella solo me toco, me hablo y yo la acaricie, pero jamás pensamos en quedarnos. En fin, Julia ya no está, se fue lejos donde la duda es tan agradable como la suposición. –

El local estaba casi solo, eran fechas de muchos eventos y esa semana le tocaba a la feria griega dar una muestra de lo mismo de todos los años, así son todos los eventos anuales de cualquier tipo; siempre lo mismo de lo mismo en el mismo lugar, y la gente aún se emociona. Siempre los compare con los “amores cliché”, esos que todos hemos tenido o que tendremos, esos que en su momento de pleno apogeo los catalogamos como lo mejor que nos puede suceder, y después de la agonía ya medio enterrados y al paso del tiempo te das cuenta de que en realidad no llegaron a nada, la misma emoción al principio y la misma decepción al final, y mientras dura esa feria todo es posible y es felicidad, a todos nos pasa.

Una mesa delante de mí, dos mesas detrás de la mía una pareja platica y cuatro o cinco personas más en el otro extremo ven el menú en total silencio. Dos conocidos en el bar platicaban, después supe que uno de ellos estaba haciendo la tediosa tarea de consolar al otro —Daté tiempo y no pienses tanto, conoce más gente— Supuse que había una historia de un amor caducado, y sus palabras me sonaban tan falsas que por un momento me causó molestia y después pensé en el tiempo; ¿Realmente lo cura todo? Me asegure que no es así, el tiempo por sí solo no cura todo. De vez en cuando veía los relámpagos venir y a mí me gustaba salir a mojarme, solo. Y me recostaba en la tierra que mojada se convertiría en lodo, extendía los brazos y me revolcaba para verme manchado de todo aquello que me angustiaba, una y otra vez en un intento de ganarle al tiempo, en un intento de acelerar todo proceso, otras veces llego Julia sonrió y me levanto.

Ya había hecho una costumbre el sentarme en el mismo lugar, Julia ya no estaba y cuando veía venir a otra camarera sentía ese vació de algo por algún lugar entre el estómago y el cuello. Era rara la sensación porque fue ahí precisamente cuando extrañe por primera vez cosas, gestos tan simples de alguien. Extrañe por ejemplo cuando ella sonreía cada vez que pasaba a mi lado, extrañe que ella sabía cuáles cigarros son mis favoritos y extrañe que nadie más cargaba una cajetilla en su bolso como ella lo hacía, extrañe como antes de su clase llegaba todas las mañanas a tomar café «Julia era maestra de “Kínder Garden”, la escuela estaba calle abajo cerca de mi departamento y durante los últimos días pasaba a saludar, eso decía ella, yo sé que no era solo por saludar pero nunca se lo dije».

Mientras ella estuvo aquí, mientras nos conocimos ella fue una hermosa distracción, una persona que no termine de conciliar y eso me gusto, no termine de conocerla completamente así que solo me quede con lo mejor que me pudo entregar, Julia tenía una certeza en la boca que estremecía mis oídos, se metía en mis pensamientos y los apaciguaba.

En fin, Julia ya no estaba y yo no iba a morir por ella ni ella por mí, nunca dijimos nada, pero los dos sabíamos, y sabíamos tanto y tan poco que no hicimos nada; eso fue lo mejor, que todo se quedó como un cuarto blanco que empezamos a pintar y que los dos decidimos dejar así, a medias. Nunca me evito una mirada y siempre supo leer la mía, pero se supo comportar y nunca cedió. Ella sabe, pero yo no espero que regrese a terminar de dar brochazos, no la necesito. En fin, Julia por el momento no está, y aun escucho su voz, la escucho a las tres de la madrugada cantando una canción.

A Julia la recuerdo y quizás en un año sentado en el mismo lugar me sonría al pasar, o quizá y con algo de suerte me quede solo con extrañarle, aun así, habla para no irse. Maldita serenidad y comprensión la tuya, maldita tu bolsa llena de tabaco y de cuentos extraños, de días de fiesta y de ideas para huir, maldito tu perfume que salió por las ventanas hace meses y que aun perfuma algún rincón de mi departamento.

Julia bailaba como a ella le gustaba, y bailaba para ella y al hacerlo yo quería bailar, pero preferí verla; –¡baila como tú quieras bailar, baila como tu sepas bailar! — decía. Julia regresara en un año y quizá yo no la vea bailar, quizá yo ya sepa bailar como yo quiera bailar. Julia me enseño que debo buscar donde el tiempo y los años no hicieron daño, donde siempre estuve, que si abro los ojos reconoceré lo que, en un tiempo, caminando ciego intente reconocer a tientas.

Julia llego y se fue, pero no por siempre, regresa a veces para acicalar los perros del coraje y del enojo que algunos días se encolerizan. Solo regresa para ayudar, solo mientras guardo en lo más oscuro de mi armario aquello que ya no me sirve, aquello que me azoto más de una vez, aquel puñal clavado en la espalda ya lo saco, y justo ahí donde dolía al caminar ella escupió.

El tiempo cura todo, si, siempre y cuando el tiempo sea con uno.

-PB-

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