Estaciones – Ella

Ella decidió tomar la ruta más larga; las palabras ya no cumplían su función, así que un día empaco lo único que le pertenecía: el ruido en su cabeza, el silencio, su forma de amar y un puñal. Todo lo demás ya no tenía valor o más bien nunca lo tuvo, se sintió estúpida porque jamás lo notó. Tomó dos cambios de ropa, uno para otoño y uno más para el invierno, tenía fe de que para primavera estaría de vuelta y si no sucedía así; cortaría las mangas de las prendas y quizá también se desnudaría, con la ropa puesta y abrigada con amor igual ya había sentido el dolor.

En el cuarto más frío se encerró, acerco una silla y limpió la mesa, coloco un vaso con agua saco la caja y se obligó a observarla. Ciento ochenta días espero intranquilamente y de esos solo dos días estuvo a punto de regresar. El primero fue cuando abrió la caja y el ruido la apresó y para callarle ¡se enfureció, grito y golpeo y maldijo!, después de su huracán se tranquilizó.

La segunda huida fallida sucedería el día que saco el silencio y esté la hizo llorar, y lloro tanto que sus ropas se humedecieron, y con él frío del invierno se enfermó, y fue tanto su cansancio que con los brazos sobre la mesa se durmió y sobre los brazos dejo caer su cabeza. En sueños se dedicó a revivir y a guardar todo en un sótano. De despedida en los mismos sueños se regaló todos los besos que algún día le dio, y lo toco lo acarició y lo amo de nuevo, después se despidió y la imagen de él con cuidado también guardo. Solo dejo su nombre en una repisa; algún día en primavera se lo toparía y tendría que llamarlo por su nombre.

El día ciento ochenta y uno, sería un domingo a las nueve de la mañana cuando despertó, su ropa ya estaba seca, había un olor intenso a flores, pero en el cuarto nadie coloco ninguna, se paró, acerco la silla a la mesa, cerro la caja y sonrió. Tomo con sus dos manos el vaso con agua, cerro los ojos dio dos tragos y con lo que quedo se lavó el rostro. Camino a la puerta y ya no rechinaba como cuando entró, volteó y antes de cerrarla con un ademán puñal en mano agradeció.

Tomó la manija, de espalda y sin ponerle atención cerró la puerta. Dio el primer paso viendo al frente y escucho las hojas crujir y se detuvo, entonces supo que estaba lista para volver amar.

-PB-

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